viernes, 25 de noviembre de 2011

Declaraciones, la verdad. Tú y yo.

El ser humano siente la imperiosa necesidad de comunicarse con el mundo. Lo que muchos no saben es cuando expresar cierto tipo de mensajes. Muchas veces querríamos gritar porque si la declaración de intenciones más sincera de nuestra vida, pero puede ser que no sea el momento. Puede ser que tu cabeza te diga una cosa y tu corazón otra, que tu mente y tu alma no se pongan de acuerdo con el mensaje a enviar y que tus sentidos queden tan abarrotados de indirectas que decidas que no es buen momento hacer esa declaración de intenciones.


Siempre he creído en nuestra capacidad para cambiar el futuro, pero también he pensado en que en ocasiones, si tomamos decisiones erróneas, tenemos lo que me gusta llamar “una segunda oportunidad del destino”.

Muchas veces no decimos las cosas porque pensamos que no es el momento adecuado. Me recuerda a eso de que la verdad sólo libera al que la cuenta porque martiriza al que la oye. También me gusta creer que cada verdad tiene su tiempo. Digamos que expira, que tiene fecha de caducidad. Igual que creo que la verdad tiene un tiempo de uso. Obviamente al principio de una relación sentimental con alguien nadie querría escuchar cosas como: “sigo enamorada de mi ex”, “tengo dudas sobre si quiero algo serio o no”, “me gustas pero pienso en alguien más”… Decir verdades tales como estas te quitarían un peso de encima pero, ¿y a la otra persona? No lo creo. ¿Qué es más egoísta: callarte la verdad y que te carcoma a ti o, por el contrario, dejar que ataque al resto para quitarte tú un peso de encima?

También es verdad que en diversas ocasiones, la verdad no merece ser contada. Por lo que sea, pero no lo merece. Quizás porque la verdad no aportaría beneficio ni mal alguno para ninguna de las partes implicadas o simplemente porque la consideramos de “poca relevancia”.

Me gustaría creer que todo lo que sueño, todo lo que pienso, todo lo que deseo puede pasar de mi imaginación a la realidad con la facilidad del chasquido de mis dedos, pero todos sabemos que siendo así, la vida sería demasiado aburrida. No nos costaría nada conseguir las cosas, no le daríamos vueltas al coco buscando soluciones a problemas que muchas veces nos inventamos nosotros mismos y la vida, pasaría a ser simplona y no nos quedaría ambición para luchar por las cosas que realmente deseamos porque simplemente, las tendríamos.

Todo comienza por la mera cuestión de la elección. Al tomar una decisión que implica la elección de un elemento y el descarte de otro, comenzamos a forjar una parte de nosotros y a desechar una que ya nunca volverá. Elige tu vida, merece la pena.