Llevamos la pena como si fuese un regalo muy preciado que se
nos ha caído al suelo y se ha hecho añicos. No queremos que nadie lo vea, que
nadie intente arreglarlo. Creemos que solos podremos hacerlo. Pero a veces se
requiere la mano experta de un amigo para sofocar la pena.
Ocultamos nuestras lágrimas cuando un pedacito de pena nos
hace un corte en la mano. Preferimos llegar a nuestra habitación, sentarnos en
el borde de la cama y aún así taparnos la cara con las manos, tratando de
ocultarnos a nosotros mismos nuestro dolor, sofocando el llanto para que nadie
lo escuche.
Dicen que las penas pasan antes en buena compañía. Mi opinión es que la compañía difumina la pena hasta un punto que pasa a tomar un plano secundario...En cuanto dejamos de emborronarlo todo, la pena reluce.