lunes, 22 de marzo de 2010

Soledad.

Hablame lento.
No porque no te entienda, sino porque el sonido de tu voz hace que cada palabra suene dispar, debo asimilarla poco a poco.
Suave, lento, al ritmo de la canción de fondo.
Se funden tus palabras con el sonido de un piano de cola que se sitúa al final de la sala. Una sala con una pared roja que me recuerda a mi habitación.
Ríe, es lo único que me hace prestar atención a la conversación.
Sonrio.
Por cumplir, tú lo sabes.
Disimuladamente miro el fondo de mi taza.
Tu boca.
No es la parte que más me fascina de tu persona pero hace que mi atormentada vida de artista cobre sentido.
Tac tac.
Suena mi cucharilla al ritmo de cada una de tus palabras.
Rechinan, retumban en mi cabeza como un sonido atroz.
No sé que has dicho, pero sonrio y asiento.
Te quedas contento.
Ni el sonido de tu voz, ni la tranquilidad del sitio hacen que pueda querer quedarme.
Lloró y entonces, tras esa pequeña gota de agua con sabor dulce, me doy cuenta de que en ese pequeño bar, aún rodeada de personas, me siento horriblemente sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario